miércoles, 7 de febrero de 2007

Cuzco II

Estimados todos
Creo que Cuzco se escribe con "s" y no con "z", pero también creo que antiguamente los cronistas lo escribían así. Respetaré la memoria de mis predecesores.
No cuento con mucho tiempo, pero hemos aprovechado una oferta buenísima y mañana partimos a la selva, a la reserva nacional de Manu, y creo que entre caimanes y anacondas no tendré la posibilidad de escribir nada, así que voy a resumir lo que ha pasado entre Cochabamba y Cuzco. En nueve días más -si Dios quiere- les cuento lo que fue nuestro viaje en bote por el Amazonas.
La primera impresión que tuvimos de Cochabamba no fue superada por el par de días que estuvimos ahí, y para colmo de males nos enfermamos comiendo un pollo frito. Creo que el consumo per cápita de pollo en bolivia supera a cualquier país en el mundo, pero nuestros estómagos no resistieron, y la Kate aún tiene secuelas. En la noche fuimos, para purificarnos, a un restorán vegetariano que parecía un concurso de cocina de la semana del colegio. Pero nos alimentamos por lo menos.
Al otro día dimos unas vueltas por la ciudad con uno de los brasileros que habíamos conocido antes y que encontramos ahí, y a media tarde tomamos un bus a La Paz que debía ser un viaje de unas cinco horas. Pero resultó que los cocaleros se tomaron la ruta por mucho rato demandando no se qué, y estuvimos varados en la mitad del camino, discutiendo de política interna con las viejas y los choferes de los buses. Finalmente llegamos a La Paz como a las doce de la noche y con el temporal gigantesco que había no tuvimos mas opción que tomar el primer hotel que encontramos, que resultó ser bastante más caro que lo que estábamos acostumbrados. Pero fue una noche agradable, con un muy buen baño y desayuno.
Al día siguiente fuimos a conocer la ciudad, que nos gustó mucho (ferias, miradores, catedrales y de todo), comimos ceviche, compramos recuerdos y terminamos el día viendo Rocky Balboa en un cine. Puede sonar como un pecado ir a ver Rocky viajando, pero la película nos entretuvo y nos gustó mucho. Stallone asume su llegada a la tercera edad con mucha dignidad y la película está llena de consejos sabios como "el único respeto que debe importarte es el auto-respeto" o "golpéalo hasta que sus ancestros lo sientan". Esa noche alojamos en un hostal para ir al otro día a Coroico, que es a donde llegan las bicicletas que hacen el Tour de la Muerte, una ruta construida por los soldados paraguayos en la guerra del Chaco y que hoy sirve a camiones de alto tonelaje y turistas desquiciados.
Coroico queda en la Yunga, que es lo que hay entre la sierra y la selva, y es un lugar que nos gustó mucho. Nos quedamos en la casa de un matrimonio suizo-bolivana medios hippies donde pude reponer mi cuerpo practicando un poco de Yoga. No le hice caso a la Kate y decidí auto-inmunizarme no usando repelente para mosquitos, lo que fue una pésima decisión. Al otro día contamos 180 picaduras en todo mi cuerpo que no me dejaban ni dormir. Y era fácil decirme que no me rascara, pero me sentía como un perro pulgoso (tal vez es lo más cercano que he estado a darme cuenta de mi condición).
Nos acostamos temprano, porque el transporte desde la paz parecía una montaña rusa y estábamos muertos, y al otro día bajamos el camino de varios kms que llevaba a unas pozas naturales en un río. Por suerte a medio camino una familia se compadeció y nos subió al portaequipaje de su auto. El río fue increíble, y tuvimos que remontarlo a pie haciendo frente a una corriente no menor, con el agua hasta la cintura. Pero valió la pena porque nos bañamos en una especie de jacuzzi natural, con millones de mariposas de todos los colores enamorándose de nuestras zapatillas, toallas, etc.
Volvimos y tuvimos que caminar cerro arriba unas tres horas hasta que nos volvió a tomar otro amable auto. En el camino robamos algunas mandarinas que nos salvaron la vida. Esa noche nos volvimos a quedar donde estábamos y comimos en el restorán que recomendaba Lonely Planet, y que resultó ser un fiasco y caro. Por suerte compartimos la mesa con unas escocesas muy simpáticas.
Al día siguiente nos levantámos temprano y tomamos un minibús a La Paz, para hacer un cambio y tomar un bus a Copacabana, en la orilla del Titicaca, el lago navegable más alto del mundo. Copacabana es una ciudad muy linda, pero llegamos tarde y nos fuimos a acostar al primer hostal que vimos, tras comer nuestra primera de muchas truchas. Nos levantamos muy temprano y tomamos una lancha de dos horas hasta la parte norte de la Isla del Sol, que nos encantó. Ahí empezamos a divisar la legión de chilenos que andan por estos lados, lo que ha sido muy bueno aunque te hace aterrizar bastante. La Isla del Sol es lo que hace que el Titicaca sea sagrado, porque ahí está la Roca Sagrada, de donde VIracocha creó el sol, la luna y toda la cuestión. Visitamos esta roca y un par de ruinas y comenzamos la caminata a través de la Isla, que duró unas cinco horas (con parada a almorzar unos panes) y fue asesina. Los dos llevábamos mochilas y casi se nos dislocan los hombros. Encontrámos tirado en el camino al Suizo que habíamos conocido camino a Uyuni, que estaba al borde de la muerte porque llevaba una mochila como de cuarenta kilos. Pero finalmente lo logramos, y cuando creíamos que habíamos pasado lo más duro y teníamos nuestra carpa armada en una playa para nosotros dos nos fuimos a acostar. Pero venía lo peor. Como a las tres de la madrugada se armó una tormenta de rayos, truenos y centellas como nadie puede imaginarse. Dicen que hay que contar los segundos que pasan entre el rayo y el trueno para calcular la distancia a la que fue la descarga eléctrica, pero en nuestro caso las dos cosas sucedían simultáneamente, y traían a la carpa una luz que encandilaba totalmente, y un ruido ensordecedor. Apagamos discman, linternas y todo por precaución, pero fue tremendo. Ahora la Kate escucha un rayo y corre a buscar auxilio. Además llovió tanto que los bordes de la carpa se nos llenaron de agua, y tuvimos que poner las toallas, ropa, etc. como protecciñon. Cómo sería de fuerte la lluvia que rompió unos huevos que habíamos dejado a la intemperie. Nuevamente, sin embargo, sobrevivimos.
En la mañana llegó un pescador aymara que el día anterior nos había visto a ofrecernos pescado, y como no queríamos nos ofreció llevarnos en su bote al puerto por una módica suma. Tomamos desayuno con él, levantamos el campamento y nos fuimos. De más está decirnos que, con el poco español que dominaba, consiguió pedirnos el aceite, agua y todo lo que teníamos, porque en la isla la gente te pide todo.
Volvimos a Copacabana y, después de almorzar, tomamos un bus a Puno, en Perú. Cruzamos la frontera y en Puno fuimos a visitar las Islas Flotantes, que es una cosa impresionante. Son islas de totora que flotan (era que no), y la gente vive ahí y salen a pescar. Hay fotos de todo. Lo único que vale la pena remarcar es que nuestro capitán del barco era un inepto y dejó el barco atrapado en unos juncos de totora y tuvimos que esperar que otro nos pasara a recoger. Y el frío era de temer.
Y anoche viajamos a Cuzco, desde donde les escribo ahora. Me tengo que ir así que me despido con un abrazo para todos. Espero poder escribir pronto.

Cuzco

Hola a todos
Perdón por no haber escrito en tanto tiempo, pero no había tenido tiempo. Además, veo que el rating de comentarios a decaído exponencialmente, lo que no deja de ser frustrante. En dos días más voy a actualizar con lo que ha sucedido hasta ahora, por lo pronto aprovecho de mandar un saludo desde Cuzco a quien sea que lea.
Pedro

martes, 30 de enero de 2007

Cochabamba

Will put some photos on soon. Love Kate xxxxx (Comentario que Kate intentó, infructuosamente, agregar en el blog). Así es, queremos agregar fotos, pero lo que pasa es que en Bolivia vale como 10 dólares revelar un rollo de 36, así que estamos esperando que en Perú sea más barato. Quizá más tarde agregue fotos de Pan de Azúcar que la Kate tiene en su mail.

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Hola mis estimadísimos lectores. Nuevamente gracias a todos quienes han escrito posteos o comentarios a mi mail, me llena de alegría poder estar en contacto con todos Uds. y contarles algo de lo que ha sido este viaje. Me he enterado por los diarios bolivianos de que Fernando Gonzáles se lució en Australia, me puedo imaginar lo que debe haber sido estar viendo los partidos por televisión.

Esta mañana llegamos a Cochabamba desde Santa Cruz de la Sierra, y las primeras impresiones que tuvimnos de esta ciudad han dejado mucho que desear. Al bajarnos del bus tomamos un taxi, por que nos enteramos de que el barrio dondé está ubicado el terminal no es muy seguro, así que le pedímos al chofer que nos llevara, pagando 6 bolivianos, a un hostal en un barrio tranquilo. Después de manejar durante diez minutos llegamos a un lugar y nos despedimos alegremente del conductor. Cual sería nuestra sorpresa al darnos cuenta, una vez instalados en una pieza, de que el maldito nos había dejado a dos cuadras de los buses, después de dar unas vueltas engañadoras. Yo me volví al terminal a pie y lo encontré, pero cuando me reconoció salió disparado en su auto. Después de descansar un poco fuimos a un café a tomar desayuno, y me robaron mi gorra verde favorita sin que nos diéramos cuenta. Parece que vamos a tener que poner mucho ojo en esta ciudad.

Bueno, después de lo que escribí en Sucre, la Kate fue, con Nerys (la galesa) a conocer el mirador de la ciudad, que parece haber sido espectacular. Ahí almorzaron y conocieron alguna gente, mientras yo estaba en el hostal rumiando mi frustración por lo del banco. Más tarde fui a un bar y ví, con un niñito lustrabotas que resultó estar, para suerte mía, muy informado del campeonato, el partido de Chile Argentina por el mundial sub 20. Esa noche no pasó nada especial, y al otro día nos levantamos temprano porque queríamos ir a conocer un lugar que se llama Las Siete Cascadas, y que resultó ser maravilloso. Tuvimos que tomar una micro hasta las afueras de la ciudad y después nos subimos a la carrocería de un camión que se internó como 10 kms por unos caminos de tierra y nos dejó a pasos del lugar. En el camión iban un grupo de corderos y ovejas amarradas de la cabeza y resultaba una escena tragicómica ver como todas presionaban por alejarse de nosotros, asfixiándose unas a otras, así que decidimos desamarrarlas. Según Nerys, iban asustadas porque han escuchado un rumor de que la gente come corderos.
Las Siete cascadas -nombre bastante surreal ya que contamos dos o tres- era un lugar encajado entremedio de los cerros y al que no llegó nadie mas que nosotros y un grupo de ciclistas que se instalaron en un pozo distinto, por lo que prácticamente era un lugar para nosotros, y nos sentíamos en la laguna azul 3. Ahí nadamos, tomamos sol y yo me ejercité escalando una cascada. Desgraciadamente no pude llegar arriba y era demasiado bajo el nivel del agua para saltar, así que estuve como media hora tratando de bajar, a punto de ser superado por el vértigo que siempre he tenido. Esa tarde teníamos bus a Sta. Cruz de la Sierra, así que como a las dos abandonamos el lugar para ir a esperar otro camión que nos pudiera llevar. Lo malo fue que el único camión de la tarde pasó atestado de gente, así que tuvimos que caminar alrededor de dos horas con un sol calcinante, y en caminos nada cómodos. Finalmente llegamos, al borde de la deshidratación y la inanición, al lugar de donde salían las micros, y fue como cuando Canessa encuentra los green valleys of Chile en la película Viven.
Más tarde almorzamos en el mercado central de Sucre, un pollo bien refrito que dejó fuera de combate los estómagos de mis dos compañeras, por lo que el viaje en bus de esa noche no les resultó nada agradable. Yo, como siempre en los buses, dormí como un bebé para envidia de la Kate, que no deja de quejarse de que yo duerma con tanta facilidad. En todo caso el clima de Santa Cruz es tan húmedo y caluroso que no me dejaba conciliar el sueño con facilidad, lo que ayudó a que terminara el cultísimo (quizá demasiado culto para la poca información que manejo) y detallado libro Recordatorios, de Marguerite Yourcenar; y que comenzara Kafka en la Orilla de Haruki Murakami, que me ha encantado desde sus primeras páginas y que nada tiene que ver, a pesar del nombre, con el escritor Checo. Agradezco a mis dos padrinos por el préstamos y regalo, respectivamente, de estos títulos.
Bueno, basta de crítica literaria chatarra y sigamos con el viaje. Tras un viaje de unas 12 horas (supuestamente iban a ser 15, pero las empresas de transporte bolivianas carecen, entre muchas otras cosas, de buenos calculadores del tiempo de viaje) llegamos a Santa Cruz, ciudad que según dice el mito, esconde a las mujeres más bellas de latinoamérica. Por la humedad, la distribución de las calles, la belleza de sus construcciones y el espíritu independentista que caracteriza a sus habitantes, Santa Cruz me recordó mucho a Córdoba, desde donde espero que mis parientes estén leyendo este relato. Sin embargo, y en honor a la verdad, la ciudad argentina sigue en el lugar número uno en lo que a mujeres hermosas se refiere.
Santa Cruz fue como un respiro después de taaanto Bolivia seguido. Es cierto que Sucre ya era más ciudad, tenía bares universitarios y todo, pero Santa Cruz de la Sierra es como otro mundo. Es tanto así que están dando una batalla que ya lleva años para que el gobierno central les conceda la autonomía. Santa Cruz se autodenomina como la ciudad de las oportunidades, y a dos cuadras de la plaza tienen el "cruceñómetro", un medidor de la cantidad de habitantes que tiene el departamento y de la cantidad que en La Paz se dice que tiene, para demostrar la cantidad de recursos que el gobierno está dejando de entregar. Los Cambas (cruceños) se consideran totalmente distintos a los Coyas, y fue ahí donde me hice totalmente adicto a unos bollos de almidón de yuca rellenos con queso que se conocen como cuñapé. Ahora estoy en mi proceso de rehabilitación, porque en otras partes de Bolivia no los hacen.
Nos alojamos en un Hostal muy lindo cerca de la plaza, en el que vivían dos tucanes totalmente domesticados que fueron toda una atracción al principio, y toda una molestia al final, porque no dejaban de cacarear (o lo que sea que hace un tucán) y de cagarse en el suelo.
Habían tantos lugares que valía la pena conocer cerca de Santa Cruz que, tras calcular el presupuesto, decidimos entre los tres (con Nerys) arrendar un 4x4, lo que parece haber sido una de las mejores decisiones del viaje, y la verdad es que no resultó para nada caro. Esa noche era tal mi euforia por la idea de manejar un auto por la sierra boliviana que fui al supermercado y compré una serie de ingredientes para cocinar lo que bauticé como 'Paella Boliviana' y que espero tener el honor de prepararles algún día. A la cena se nos sumó Ian, un gringo-muy-poco-gringo de 20 años que llevaba tres semanas en el hotel tratando de conseguir una práctica en un museo de historia natural, y que entre el calor, la humedad y los tucanes ya comenzaba a volverse un poco loco. Además le habían robado todos sus documentos y su tarjeta de crédito. Para colmo de males parece que estaba pasando una crisis de abstinencia porque en gringolandia tenía una predilección por todo tipo de sustancias ilegales. Como era muy simpático y parecía un buen compañero de viaje, lo sumamos a la expedición terrestre, lo que también ayudó a alivianar el pago. Lo bautizamos frat party dude, aunque era todo lo contrario a un frat party dude.
Al otro día nos trajeron el jeep (un Suzuki no me acuerdo el modelo) y salimos rumbo a Samaipata, a 120 kms de Santa Cruz. Yo era el único con licencia de conducir, así que tuve que dirigir el auto por unas carreteras llenas de baches y de lomos de toros en los lugares más insólitos, lo que me hace técnicamente responsable de todos los golpes en el techo que sufrimos a lo largo del trayecto. Recorriendo esta parte de la Sierra (que en realidad yo calificaría, sin manejar un vocabulario demasiado extenso al respecto, de selva) creo que conocimos el significado de la palabra exhuberante. Era tal lo espeso de la vegetación y el verde que se distinguía en todas las direcciones, que nos dejó sin palabras. Y una carretera que se abría camino entre esta abundancia de vida era, si existe tal cosa, una verdadera inspiración para quien tenga inclinación por la poesía. Yo no la tengo, pero creo que hasta a mí me dieron ganas de escribir algunos versos. Hicimos un picnic junto a una laguna.
Esa tarde comimos una especie de chorrillana en un local de un alemán, donde conocimos un viejo, alemán también, que cobraba una pensión de 4.000 euros y vivía desde las ocho de la mañana hasta las doce de la noche tomando cerveza en el bar del lugar. Eso es vida, digo yo. Pernoctamos en el lugar más barato que encontramos (una mala idea ya que las pulgas se alimentaron de un cuarto de mis reservas sanguíneas y todavía no logro sacarlas de mi ropa) y al otro día continuamos con nuestro road trip hacia el Parque Nacional Amboró, supuestamente la reserva con mayor bíodiversidad del mundo. Manejando por unos caminos prácticamente inexistentes, atravesando ríos con la tracción en las cuatro ruedas, y bordeando acantilados mientras los otros en el auto apenas se atrevían a mirar, me sentía una especie de doble de Indiana Jones. El parque fue muy interesante, pero no vimos ningún animal más que una serpiente que hizo que frat party dude casi saltara a mis brazos. Miento, lo que sí vimos en cantidades y tamaños asombrosos, fueron mariposas; y Kate asegura haber visto una rana. Nunca había visto tantas y de tantos colores. Caminando llegamos a un mirador, pero era tal la altura y la nubosidad que era como estar parado en la nada.
Me estoy cansando un poco de escribir, y creo que los que hayan llegado acá estarán bastante cansados de leer, así que voy a abreviar un poco.
Esa noche fuimos, sin Ian que tomó la sabia decisión de ir a dormir, a un karaoke-bar llamado Galaxy. Era más caro comprar una botella que vasos para cada uno, aunque todavía me cuestiono, desde una perspectiva más económica, qué era más caro. Después de la botella nos tomamos una ronda de tequilas y nos sentamos con unos bolivianos que nos invitaron a tomar cervezas y nos animaron a cantar en el karaoke (a esa altura no había que hacer mucho esfuerzo por animarnos). Cantamos juntos, en uno de los peores dúos de la historia, Los Caminos de la Vida, y Obsesión. Después terminamos en una discoteca compartiendo un Ron que parecía destilado de coca cola. Pero bueno, había que hacerlo alguna vez en nuestro viaje. Ahora me he prometido no volver a excederme, porque manejar al otro día fue un infierno. Kate tuvo la valentía de visitar unas ruinas incas, pero yo me quedé afuera y dormí una exelente siesta al borde de un precipicio. Hay fotos.
Bueno, el resto hasta ahora ha sido normal, devolvimos el auto y nos separamos de nuestros compañeros, aunque a Nerys probablemente la volvamos a ver. Por ahora no me queda más que despedirme y desear que estén todos bien. Será hasta la próxima oportunidad, probablemente desde Perú.

Cariños, y acá va una frase que leímos y nos gustó mucho.
"Es muy fácil simpatizar con las desgracias de otras personas. Simpatizar con sus éxitos requiere una naturaleza delicadísima" Oscar Wilde.

Kate y Pedro.

martes, 23 de enero de 2007

Sucre

Hola a todos
Primero que nada (que no me venga nadie con la lata de que se dice primero que todo, porfavor) muchas gracias por sus comentarios, me alegra mucho que algunos estén disfrutando con mi humilde narración. Ahora intentaré reconstruir lo que ha pasado esta semana, pero me encuentro totalmente dominado por la impotencia y la frustración.

El episodio del Banco, para los que están al tanto o para los que no, parece estar más o menos cerrado: Alguien giró una cantidad importante de mi cuenta, pero parece que el Banco no puede hacer mucho. Cuando vuelva a Chile haré las respectivas denuncias. Por ahora, el viaje continúa -tal vez haya que ajustar un poco el presupuesto o extender una línea de crédito con mi banco privado británico-. Pero bueno, C'est la vie. Sólo les pido que tengan mucho cuidado con sus tarjetas, sobre todo si son de crédito, porque anoche comentando con otra gente lo sucedido, me di cuenta de que no es para nada poco común.

Después de relatar en el blog lo que había sido el viaje hasta Potosí, me junté a almorzar con Kate, que había visitado las famosas minas de plata. Me auto felicito de no haber ido, ya que dice que bajaron más de veinte metros por unos túneles que yo no me quiero ni imaginar. Además, la mayoría de los niños apenas sabía hablar, aunque estaban obligados a decir que tienen trece años. Lo primero que hacían los turistas, antes de entrar en la mina, era comprar cigarrillos, hojas de coca, alcohol de 96 grados (la pureza de la plata que se extrae, porque son mas supersticiosos que bolivianos) y EXPLOSIVOS, para entregárselos a los mineros y que pudieran fumar, mascar, tomar y extraer el mineral. Lo más impactante, al parecer, es que los explosivos los puede comprar cualquiera, así que ves a niñitos con tremendas dinamitas para trabajar. Que Al Qaeda no descubra este lugar.
Esa tarde la pasamos recorriendo las hermosas calles de Potosí y realizamos la primera lavada de ropa, que resultó una confusión total porque la vieja mezcló la ropa mía con la del brasilero, la galesa y la de Kate. Al final mostraba los calzones y nos preguntaba de quién era cada uno. Se pueden imaginar la cara de la Kate.
Nos acostamos temprano y al otro día partimos a conocer la laguna Ojo del Inca, a algunos kms de la ciudad. Tomamos un minibus que nos dejó en la mitad de la nada, y el chofer nos dijo que ahí era. Al principio pensamos que nos estaba molestando, pero nos dijo que teníamos que subir (aunque una palabra más apropiada quizá sería escalar), y ahí encontraríamos la laguna, que por lo demás era de aguas termales. Subimos (escalamos) y finalmente llegamos a un lugar maravilloso, rodeado por cerros de todos los colores posibles, y en el centro una laguna que realmente parecía un ojo. Ahí estuvimos unas buenas horas, compartiendo con los argentinos que habían ido a la mina el día anterior. Volvimos en un Taxi que hubo que parar a arreglar varias veces, y del que -tomo la expresión de Condorito- sonaba todo menos la bocina. Pero llegamos bien, y como teníamos pasaje a Sucre, nos despedimos rápidamente de la ciudad.
El viaje en bus hacia Sucre fue una experiencia estremecedora. Ver el sol poniendose detrás de las montañas bolivianas, mientras recorríamos el camino que las serpenteaba, nos hizo darnos cuenta de lo afortunados que eramos, aunque fuera por poder presenciar el espectáculo. No se por qué, pero las nubes en bolivia son más definidas y más gruesas que en otros lugares, y el reflejo que produce el sol en las laderas de las montañas sólo puedo compararlo al que he visto en el valle del elqui.
Finalmente llegamos a Sucre, la capital oficial de la República de Bolivia, aunque creo que sólo es sede del poder judicial. Todo lo demás está en La Paz. La ciudad nos cautivó desde el principio, a nosotros, a Nerys (la galesa, que se ha vuelto a reunir con nosotros) y a los brasileños (que hace un par de días se fueron a La paz). Tiene un parentezco lejano con Valparaíso, aunque las calles están perfectamente definidas y los colores de las casas son bastante parecidos, todas blancas con techos rojizos. Vista desde arriba, la ciudad parece una postal de la colonia. Esa noche los cinco fuimos a comer Pizzas y a tomar cervezas frías (no se imaginan lo difícil que es refrescarse en este país) para volver al hostal que teníamos como a la una. Lo que vino después fue, para la Kate ya que despertarme a mí es bastante difícil, una de las peores noches del viaje, sólo opacada por la del bus que ya conté. Como el hostal estaba casi lleno, nos dieron una pieza que daba a la calle, y que al parecer era de reciente adquisición, ya que en la ventana decía "Ciber café Adriana"). Y claro, la gente pensaba que era la pieza del administrador del hostal o algo así, porque se pasaron toda la noche tocando la puerta y preguntando si había espacio. La Kate discutió varias veces en la noche con el conserje, un tipo bastante estúpido según pude comprobar al día siguiente. Finalmente logramos pagar la mitad y nos fuimos, indignados.
Al otro día nos levantamos y arreglamos un viaje a lo que supuestamente es una de las atracciones más importantes de Bolivia, las huellas de dinosaurio que se descubrieron mientras se explotaba una cantera de piedra caliza. En la guía de Nerys decía que uno podía llegar y visitar el lugar, y que sólo había un proyecto de construcción de un parque. Pero la guía parece que era bastante vieja, porque había un parque y no la posibilidad de ver las huellas más que por binoculares, ya que era peligroso por los explosivos que se hay para sacar las piedras. El paseo por el parque era realmete una péridida de tiempo, viendo dinosaurios plásticos que Daniel Hohmann podría dibujar mucho mejor, y escuchando la exposición monocorde del guía. Así que me volví a hablar con el administrador y le dije que veníamos de una universidad europea, que eramos una delegación chileno-inglesa-galesa (los brasileños se quedaron atrás), y que sabíamos de memoria lo que el guía decía. Además, nuestros profesores nos habían mandado a ver y fotografiar las huellas. Parece que el cuento fue bastante creíble, porque en un abrir y cerrar de ojos teníamos unos cascos y estábamos abajo con una guía que hablaba inglés y con un policía que vigilaría no se que cosa. La mujer nos trataba con mucho respeto, y nos decía que éramos afortunados porque los últimos en entrar lo habían hecho hace algunos meses y eran científicos japoneses. Nos explicó un montón de cosas y pudimos ver las huellas, no de cerca, sino que tocándolas. Lo que vimos eran huellas totalmente reales de animales prehistóricos, la mayoría describiendo la ruta desde o hacia el lago que en ese entondes era sucre. Cuando, inocentemente, le pregunté si habían hecho moldes de las huellas, la mujer se avergonzó mucho, y casi me pide disculpas formales por el hecho de que todavía no las hacían. Finalmente nos pasamos los mails, y la Kate le dió el mío firmándolo como Dr. Pedro López, lo que ya me pareció un exceso. Pero lo pasamos bien.
Esa noche no nos quedamos en Sucre, porque queríamos visitar al día siguiente una feria que se hace en Tarabuco, a dos horas de viaje. Así que nos fuimos en un bus que era como un bus escolar old school y tuvimos el primero de varios encuentros con la cultura quechua propiamente tal. Todos hablaban en quechua y mascaban coca hoja tras hoja. Lo de la coca funciona así: Si tienes una bolsa te metes hojas de una en una hasta que se acaban, y las mascas con las encías, ya que a nadie le queda ningún diente después de todos los años que llevan mascándola. Fue interesante el viaje, pero cuando llegamos a Tarabuco todos estábamos contentos de poder salir de la nube de coca, ajo y lana de oveja. Pernoctamos en una pensión de mala muerte, con baños que (no sabría decir si afortunada o desafortunadamente) no tenían luz. A la pobre galesa se la comieron las pulgas, pero a los brasileños y a nosotros nos trataron con respeto.
La feria al día siguiente era una mezcla indescriptible de colores, olores y sensaciones. Tomamos un desayuno boliviano (carne, choclo y otras cosas altas en grasas saturadas), y recorrimos una por una las calles atestadas de comerciantes, ofreciendo sus productos. Compramos algunas cosas, porque los precios eran irrisoriamente baratos y quedabas contento tu y el vendedor (tengo un chaleco altiplánico multicolor que reemplaza al que no volvió de la lavandería, y unas pelotas para hacer malabarismo que estoy lentamente intentando dominar), y pasamos una mañana muy linda, en el corazón de lo que es esta cultura indio-española. En la posada el jardinero nos trató de explicar en espaquechua que por 20 bolivianos haría un baile tradicional de Tarabuco, el Pujlei o algo así. Nos aprovisionamos de cervezas, le pagamos, y terminamos todos bailando cualquier cosa, en fila india detrás de él, mientras tocaba una especie de flauta y zapateaba con una especie de zapatos con espuela. El se alegró mucho y nos pedía si lo podíamos llevar con él a Chile, porque nunca había salido de Tarabuco. Alrededor de las tres de la tarde la parte galo-brasileña de la delegación volvió a Sucre, y nosotros decidimos escuchar los consejos de una mujer que nos recomendó ir a acampar a Zudañes. La única forma de llegar era esperar algún transporte que se dirijiera en la dirección opuesta a Sucre, así que ahí nos fuimos. El transporte que llegó era un camión lleno de quechuas en la carrocería, y sin pensarlo mucho nos subimos. El viaje fue al principio divertido, pero después un total desagrado, porque todos hablaban en quechua y se reían descaradamente de nosotros. Además, después subieron un caballo al camión que no dudó en expresar su miedo a la antigua usanza, así que volvimos a viajar olorosos. Encima el camino era terrible, así que el camión saltaba más que el bus de máxima velocidad. Como a las tres horas terminamos de recorrer los 45kms que separaban Zudañes de Tarabuco, y nos bajamos en un pueblo mucho más grande (no se malentienda, era grande hasta por ahí no más pero totalmente rústico) de lo que pensábamos. No muy seguros de donde acampar, recorrimos la calle del pueblo y de repente se nos acerca corriendo una gringa diciéndo desesperada do you guys speak english?. La pobre mujer llevaba casi dos años en el pueblo, en un programa voluntario del gobierno gringo, y estaba desesperada por poder conversar con gente civilizada como la Kate. Frente a mis especulaciones de que podía tratarse de un agente involuntario de la CIA, ella dijo que supone que obviamente el gobierno termina aprovechando algo de información, pero que ese no es el propósito inicial del programa. Encontrarla fue una gran bendición, porque nos llevó al mejor hotel de lo que va del viaje, donde pudimos cocinar con aceite de oliva, albahaca y cosas que dábamos por perdidas. En la noche nos invitó a tomar vino a su casa y a contarnos, de una forma muy norteamericana, TODO lo que ha sido su vida hasta hace dos días. Ayer (esto es despues de la noche que pasamos en su casa) nos llevó a un río precioso donde nos bañamos e hicimos un pequeño picnic. Nos hubieramos quedado con ella varios días, pero teníamos el compromiso de juntarnos con Nerys en sucre, así que nos tuvimos que volver en la tarde en un furgón, conversando amenamente con una familia quechua que me enseñó a decir cosas muy útiles como esto está muy caro. Y bueno, volver fue útil porque me encontré con el pastel del banco.
Anoche fuimos a un bar de un francés muy gay que lo estaba cerrando (el bar, porfavor) porque no había conseguido la patente. Igual la iba a pelear, y ojalá que le vaya bien porque el bar era muy lindo, y fue una ventana afuera de bolivia.
Y bueno, aquí me encuentro en un ciber escuchando la música con sintetizadores ochenteros y letras andino-pegajosas que ya va siendo la banda sonora del viaje. Agradezco nuevamente sus comentarios, y espero que se diviertan sabiendo lo que ha sido de nuestro viajecillo. Los aliento a venir a bolivia, aunque enfrentando la otra cara de la moneda que dice Pablo, ya que aquí los que pagamos precios extranjeros somos nosotros. AGUANTEN TODOS, LAS FOTOS YA VENDRÁN CUANDO REVELEMOS Y ESCANIEMOS ALGUNAS.
p.d. Pablaza, la Kate agradece mucho tus saludos y dice que también disfrutó mucho el viaje a Torres del Paine el año pasado. Ni cantando hubiera venido a Chile sin visitar el parque. :)

jueves, 18 de enero de 2007

NOTICIA

Tenía activada una opción que sólo permitía hacer comentarios a los que tuvieran cuenta en google; ahora lo deshabilité y puede escribir cualquiera.

Saludos
Pedro

Potosí

Les escribo muy contento desde Potosí, Bolivia, a poco más de una semana de haber comenzado a recorrer el norte de Chile y el altiplano boliviano. Hemos tenido mucha suerte, y les describo lo que hasta ahora hemos hecho.
El martes 9 salimos de santiago con destino a copiapó, para decidir si ibamos a Bahía Inglesa o más arriba a Pan de Azúcar. Finalmente decidimos lo segundo, y creo que fue una exelente elección. El parque nacional Pan de Azúcar, a media hora de la megalópolis Chañaral, es increíblemente hermoso, y las playas no tienen nada que envidiarle a las del caribe. Ahí visitamos una isla donde viven pingüinos de tres tipos, lobos de mar gigantes, nutrias, y una gran diversidad de especies. Pero no es como los típicos tours que te venden y que ves un cartel que dice que hay pingüinos, si no que vimos un montón, y los lobos se pusieron a nadar junto al bote, fue increíble. Más tarde comimos unas empanadas de locos (podemos sostener un largo debate sobre si es justificable que comieramos locos, pero estaban deliciosos) y acampamos junto al mar, después de ver el sol perderse en el pacífico.
Al otro día nos bañamos y cocinamos nosotros mismos, para luego volver a Chañaral en la tarde a esperar el bus que nos llevaría a Calama a las 00:30 hrs. El bus llegó puntual y partimos con la esperanza de tener un viaje tranquilo, pero nos esperaba una noche larga... Tras leer y conversar un poco, nos quedamos plácidamente dormidos para despertar, tipo tres de la mañana, sintiendo el peor olor al que hemos estado enfrentados. Kate me decía que venía del baño, pero yo no podía creer que alguien oliera tan mal, así que fui a revisar. No voy a entrar en detalles, pero el espectáculo visual casi superaba al olor que invadía el bus. Volví tambaleandome al asiento y decidimos que yo debía buscar al azafato, porque era imposible dormir. Pero toda la gente en el bus estaba totalmente escondida bajo las frazadas, intentando escapar de la pesadilla, así que tras despertar a tres o cuatro decidí ir a hablar con el chofer. El pobre hombre iba casi congelado porque me dijo que hace dos horas llevaba la ventana abierta y aún así no podía escapar del olor. Como era imposible ubicar al asistente, comenzó a encender y apagar las luces del bus y bueno, finalmente se realizó una pequeña limpieza. El bus seguía asqueroso, pero era un paraíso al lado de lo anterior. Al otro día, casi llegando a Calama, el bus se quedó en pana y tuvimos que esperar -debajo del letrero "bienvenido a calama"- a otro bus que nos viniera a buscar. Mi única conclusión es que nunca viajen con Flota Barrios.
De Calama tomamos un bus a San Pedro (después de haber mandado por encomienda el exceso de equipaje, que espero que mi papá haya ido a buscar a la oficina de Apoquindo de Tur Bus), donde nos quedamos durante dos noches. San Pedro es un lugar mágico, y como no tuve viaje de estudios todo era nuevo para mí. El día que llegamos fuimos a conocer el valle de marte (o de la muerte), el valle de la luna, donde vimos la puesta de sol subidos a una duna gigantesca, y volvimos a San pedro a acostarnos temprano, porque a las cuatro de la mañana del día siguiente nos pasaban a buscar para ir a los Geysers, primer contacto con las alturas superiores a los 4000mts del viaje. Los Geysers también son impresionantes, y después de ir a verlos pasamos a bañarnos a una terma natural. Volvimos como a la una de la tarde y logramos hacer un arreglo buenísimo con Colque Tours. Al día siguiente el nos llevaría por $3000, con un bus que llevaba a turistas a hacer un tour de 90 dólares que duraba tres días, hasta la frontera chileno-boliviana, y ahí haríamos un transbordo a un jeep que nos llevaría directamente a Uyuni. El gran golpe de suerte vino porque en el bus iban tres alemanes junto con dos ucranianos, exclusivamente interesados en el montañismo (según logramos entender, uno de los dos ucranianos fue el montañista más importante de la ex URSS). Los tres alemanes podían salir sin problemas de Chile, pero los ucranianos sólo podían salir una vez y luego no podrían volver para tomar su avión. Sirviendo Kate de intérprete (y yo de intérprete del intérprete), logramos que el policía des-timbrara los pasaportes, y los cinco europeos se volvieron. Esto dejaba espacios libres en el tour, y al operador desesperado por recuperar un poco de plata. Así que le ofrecimos cincuenta dólares cada uno y nos subimos a uno de los dos jeeps que harían el tour de 3 días. En nuestro jeep iban dos novios (Felipe Lopes, inglés de papá portugués, y Indira, irlandesa-india-malaya) y una galesa (Neris), más el chofer (Erwin), y en el otro iban tres brasileños (dos Leonardos y Felipe), un suizo (Cedrick) y dos alemanes (Ulrich y Julian). El grupo funcionó tan bien que ahora estamos en Potosí con Neris y los brasileños. El tour fue impresionante desde el primer momento. Es indescriptible la sensación de ir atravesando el altiplano, viendo lagunas de todos los colores habitadas por flamencos, pasando por el "desierto de Dalí" (que realmente parece sacado de un cuadro de Dalí, faltan los relojes derritiendose), alojando en hoteles a cuatro mil y tantos metros en la mitad de la nada, y finalmente, visitando el salar de Uyuni. Mucha gente dice que mejor es visitarlo en la estación seca, pero yo creo que es tanto o más impresionante ahora, porque entramos en los jeeps sobre unos 3cms de agua y realmente uno se sentía sobre el agua, y la división entre el cielo y la tierra quedaba totalmente a la imaginación. Es tan fuerte el efecto óptico que me tomé unas fotos en las que parezco Jesús caminando sobre el agua.
Esa noche nos quedamos en Uyuni en un hostal (es increíble la falta de oferta hotelera que hay en bolivia considerando la cantidad de viajeros que hay, ha sido muy importante ubicarnos en un hostal apenas llegamos a los pueblos), y al día siguiente (ayer) partimos en un bus que tardaría siete horas a Potosí. Kate probó sus dotes maternales llevando a un bolivianito de dos años en brazos, porque la cantidad de gente con hijos que iba parada en el pasillo superaba practicamente a los que ibamos sentados.
Y bueno, desde Potosí les escribo, mientras la Kate debe estar varios metros bajo tierra porque fue a visitar las minas de plata. Yo no tuve la fuerza ni para ir a meterme en esos túneles, ni para ver niños de diez años poniendo los explosivos. Anoche hicimos una gran fiesta interracial en el hostal, con suecos, argentinos y misceláneos.
En resumen, les digo que me encanta Bolivia, y que nunca, pero nunca, esperé que fuera un país tan boliviano (gracias murci rojas por la expresión).